jueves, 1 de agosto de 2013

Lobezno Inmortal


Quizás una duda asaltará vuestro cerebro una vez hayáis salido de ver Lobezno Inmortal. Partiendo de la premisa de que os ha gustado, y esta premisa es muy posible, ¿lo ha hecho por sí misma, o porque NO es X-Men Orígenes: Lobezno? A mí me pasó. Y la respuesta, tras un par de vueltas es “por ambos motivos”. Lobezno Inmortal es un salto cualitativo sobre la anterior entrega, eso os va a parecer impepinable, pero se da la circunstancia de que funciona mejor como thriller corporativo/romántico que como film de superhéroes. En cualquier caso: funciona.

Se debe a que Lobezno Inmortal es verdaderamente producto de sus padres. Mangold, McQuarrie, Frank, Bomback. Es decir, excelentes profesionales, gente de dar el callo, especialistas del género de tensión y suspense, y relativamente alejados del cine superheroico, al que durante buena parte del metraje dejan al margen para contarnos la historia de un renegado que se ve inmerso en una batalla corporativa en el corazón de Japón. Se da la circunstancia de que ese renegado tiene garras de metal y una capacidad curativa superdesarrollada que le impide morir. Y en el caso que nos ocupa aquí, le impide crecer, y le impide avanzar en el mundo.

Y que esa circunstancia sea el detonante de la trama –nuestro héroe es llamado porque un antiguo soldado japonés al que salva la vida le ofrece, ya convertido en un poderoso empresario, devolverle el favor, retirando esta habilidad para que pueda encontrar finalmente la paz no en la muerte, sino en el envejecimiento, en el paso del tiempo en su contra– no la convierte en tan absolutamente primordial como podríamos pensar: Lobezno Inmortal es, por encima de todo, la historia de un hombre taciturno y solitario que intenta reconectar con el mundo. El film nos ofrece un espléndido y completo arco de su viaje. Eso es lo mejor que puedo decir de esta película: la sensación de que es una historia completa, independiente, sólida.

El grado al que la película reduce la habilidad curativa de nuestro héroe es sintomático de hasta dónde está dispuesta a llegar: Logan sufre heridas que tardan en sanar y su resistencia se reduce considerablemente. No tanto como para que el muy motherfucker se casque una pelea en un tren bala tras haber encajado una buena dosis de puñaladas. Renunciar a eso significa que la película se habría convertido finalmente en un thriller “normal”. Que tampoco me hubiera importado ver, por cierto. Cuando Mangold, a principios de rodaje, señaló una serie de referencias –desde Trevanian al Shogun de Clavell, pasando por el Yakuza de Pollack y Schrader– no mentía. Es más, las clavó a la perfección.

Logan se desenvuelve en una Japón no demasiado diferente de lo que entiende Hollywood por este país pero hay cierto mimo por pulir flagrantes estereotipos. De nuevo nos encontramos con un conflicto entre la tradición y la modernidad, entre el campo y la ciudad, pero los responsables del film integran a Logan en este marco y añaden ciertas variaciones muy agradecidas (uno de los momentos memorables del film es la divertida visita a un escenario poco recomendable y conocido… y absolutamente sorprendente). Sin embargo, el Japón de Lobezno Inmortal, fascina por el peso de las imágenes de Ross Emery, segundo dire de foto en Matrix y Dark City. Rara vez se ha representando desde el punto de vista de una adaptación de cómic tan controlada, y las combinaciones son sorprendentes: vivos colores durante el día en contraste con sombras, reflejos, neón y lluvia.

Por el aspecto visual entendemos que Lobezno Inmortal es una aproximación intermedia entre Marvel y Warner. Ni tan festiva como la primera, ni tan grave como la segunda. En cualquier aspecto que queráis destacar, pero es particularmente notable en su desarrollo. Sus escenas de acción están contenidas –a excepción del tren bala y su clímax, que comento en un momentín– y su mitad romántica (a pesar de esta torturada versión del personaje, que no se va a abandonar mientras Jackman siga calzando las garras) más leve de lo que cabría pensar. La mejor parte del film involucra a Logan como protector de la heredera del imperio tecnológico: un hombre vestido de negro en un mundo extraño, moviéndose entre máquinas de Pachinko, casas de putas, gentíos, kimonos, un lenguaje desconocido y un país afectado por la guerra nuclear, donde un renegado como él es tan extraño, como necesario: dada la corrupción contemporánea que derrochan algunos de sus enemigos, un tipo como Lobezno, hombre de viejas reglas, viene como agua de mayo para ponerles en cintura.

 © 20th Century Fox

En este contexto, Jackman reina supremo. El mérito del actor australiano ha consistido en asumir el manto de un personaje con el que difiere en parecido físico (le saca al original unas treinta cabezas) y comportamiento (héroe romántico torturado). Pero hete aquí que lo ha hecho suyo. Lo hizo en el 99 y desde entonces lo ha clavado en absolutamente todas las aproximaciones al personaje. En esta, que decide abordar una agradable y resultona historia de amor basada en la diferencia y en la curiosidad entre dos culturas, se nota mucho más cómodo que en el papel de galán fucker machorro melenalviento que vimos en Orígenes.

Pero el tesoro del film y el verdadero impulso de Jackman es Rila Fukushima, que debuta en pantalla con un papel de sidekick que dispara el interés del espectador en el momento en el que aparece. Primero por sus insólitas facciones de niña de la Playstation de Chris Cunningham, después por su atuendo, sacado de una convención de fans del pop japonés, a continuación por su alienante sentido del humor, y finalmente por su dinamismo. Es una acompañante del calibre de Paquin en la primera X Men y una muestra de verdadera percepción de los responsables del film: que el Lobezno de Jackman es muy bueno, muy cachas y muy guapo, pero sobre todo es excepcional ejerciendo de figura paterna a su pesar. Si hay un solo ámbito en el que el film está enamorado de algo, es de esta extraña pareja, y se nota. Quieres mucho a esta muyaya, que llega hasta el punto de librar una pelea con un enemigo francamente superior para proteger a su compadre agonizante. Comienzan diez minutos de suspense bien ganado y nervio, puntuado por una excepcional banda sonora de acompañamiento de Marco Beltrami (esta gozada, a partir del 1’23″).

© 20th Century Fox

Detalles como este, la progresión de las escenas, la coherencia, la acción motivada del film, chirrían cuando tiene que cumplir sus obligaciones con la franquicia y con el miedo actual que parece predominar a la hora de flexibilizar el género de superhéroes, y trasladarlo a otros campos para enriquecerlo. No son pocas estas obligaciones, la verdad sea dicha, y no son pocos los roces. Primero: Mangold no domina la acción –la primera secuencia de acción en Japón lo enseña con claridad: un montaje demasiado apresurado y una steady demasiado pegada a la espalda de Jackman, que prácticamente oculta todo el cuadro–. Segundo: los villanos meramente humanos son tan eficaces (ninjas y yakuzas, representados por los espléndidos especialistas que nos regala habitualmente el cine asiático), que las presencias sobrenaturales aturden un poco porque los humanos lo hacen tan bien, representan una amenaza tan palpable, que realmente uno no termina de ver la existencia de supervillanos (particularmente se nota en Svetlana Khodchenkova, que está muy bien… y sin embargo parece pertenecer a un film distinto). Sucede con más claridad que nunca en el climax pero lo voy a justificar por dos motivos: primero, porque es el clímax, donde considero que hay manga ancha para romper ciertos principios a favor de la espectacularidad y segundo, porque ni siquiera en ese momento el film renuncia a dar cierto grado de coherencia, sorpresa y cierre.

Con Mangold se mueve en terreno de Singer. Ante todo, solidez. Después, diversión –para un equilibrio más logrado, pero no a mucha distancia, véase X-Men: First Class–. Lobezno Inmortal tiene unos aciertos de profesional que corren el peligro de pasar desapercibidos entre expectativas de espectáculo (perfectamente justificables, por otro lado). Que eso no quite para recordar del abismo del que procede, cómo lo ha remontado, y qué está haciendo ahora con su vida. Inmortal no es un paso hacia el camino correcto. Creo, honestamente, que es el camino correcto. 

elseptimoarte.net

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