miércoles, 21 de agosto de 2013

Licencia para agredir.



WE’RE NOT IN KANSAS ANYMORE



Ni en el más pesimista de mis augurios pensé que en el año 2013 tuviera que enfrentarme a una oleada de ataques homófobos amparados en teorías que creí superadas por algo tan razonable como la evolución humana. Siempre entendí el progreso y el desarrollo como un recorrido en el que volver sobre tus propios pasos era una incoherencia y, por supuesto, un fracaso. Después de asistir estupefacto a los argumentos de importantes sectores prehistóricos de países con largo historial en derechos civiles como Francia, Italia, EEUU y, desde luego, España, presiento que la evolución del pensamiento humano es, aún hoy, una meta.

Cuando se aprobó la ley contra “la propaganda homosexual” en Rusia escuché a una diputada afirmar, sin atisbo de vergüenza, que lo que no se podía consentir es que un homosexual, o una lesbiana, estuviese orgulloso de serlo. “Los homosexuales han existido siempre pero antes ellos mismos se avergonzaban de su conducta y se escondían. Ahora no. Ahora se sienten orgullosos, quieren mostrarse, y eso no se puede tolerar”, declaraba la diputada. A partir de ahí, cuando el listón de la evolución humana desciende hasta el núcleo interno del fanatismo, uno ya se prepara para lo peor.

Digamos que las palabras de la atleta rusa Yelena Isinbayeva no me sorprendieron. Esperaba algo así. Tarde o temprano. Con el mismo oscurantismo con el que un religioso medieval defendía la planicie de la Tierra, ella sostuvo que si un ser humano siente y se expresa libremente, la nación corre peligro. Con un listón tan bajo, es difícil el debate. Días después, la campeona olímpica, abochornada por una opinión pública internacional que subrayó lo absurdo de su razonamiento, intentó matizar sus palabras. Ella no quería decir que apoyase la ley “anti-gay” de su país; ella quería decir que hay que respetar las leyes de otros países, especialmente cuando se es huésped. Menos mal que los Mundiales de atletismo no se celebran en Etiopía, donde la mutilación genital femenina es ley y tradición.

Y mientras la misma opinión pública internacional que señalaba con el dedo el despropósito argumental de Isinbayeva encumbraba a los altares de los derechos civiles el beso entre dos atletas rusas ignorando que besarse en la boca en Rusia es habitual -o sea que de acto reivindicativo, nada-, pensé en el largo camino que aún nos queda por recorrer.

Asumo que la gran desventaja de la lucha por los derechos lgtb es que la gran mayoría de las personas aún no comprende que legislar contra la libertad de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales es atentar contra los Derechos Humanos. Hacerlo deslegitima al legislador.

Noto esa distancia cuando escucho que hay que respetar las opiniones de Isinbayeva, o de la diputada rusa, en nombre de la libertad de expresión. Parto de la base de que no todas las opiniones son respetables pero, centrándonos en el asunto de esta mi columna, diré que entiendo la libertad de expresión como un derecho fundamental, no como una licencia para agredir y atentar contra los Derechos Humanos. A partir de los valores que emplees para orientar tu libertad individual, puedes decidir servirte de ella para crear o para destruir, para impulsar o para reprimir.

Ejemplo para ‘isinbayevas’: si hago uso de mi libertad para salir a la calle y apalear a un inmigrante debo asumir las consecuencias de mis actos. Por mucho uso que haya hecho de mi libertad, lo que he provocado es delito y debo pagar por ello. Del mismo modo, emplear la libertad de expresión como un salvoconducto para defender, estimular o favorecer la discriminación, la vejación, la exclusión social, la criminalización y, como consecuencia de todo eso, el asesinato de personas homosexuales por el simple hecho de serlo, no puede quedar impune. No en un país que respete los Derechos Humanos. Evidentemente, lo suyo es una opinión y, aunque existan opiniones más mortíferas que un arsenal, no creo en absoluto que merezcan el mismo castigo que un delito. Habría perdido la cabeza si pensase eso. Pero sí creo que hay que prepararse para las consecuencias, al menos simbólicas, que nuestras opiniones puedan desencadenar.

Por eso me parecería ejemplar que la Fundación Príncipe de Asturias le retirase la distinción que le entregó a Isinbayeva en 2009. Como me parece ejemplar que la Rambla de Palma de Mallorca ya no se llame Rambla de los Duques de Palma. O que un anunciante retire su publicidad de un programa de televisión que considera denigrante. Esas son ‘pequeñas’ consecuencias al uso que hacemos de nuestra libertad.

No busco su aceptación. No la necesito. Exijo su respeto, porque ese lo tengo garantizado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

eldiario.es - EL ASOMBRARIO & Co. - PACO TOMÁS

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