domingo, 25 de diciembre de 2011


ELVIRA LINDO OPINIÓN
Viejunos y cansinos

Yo vengo de la generación del SÍ o el NO. La generación del SÍ o el No nació en la década de los sesenta, como quien esto escribe. La generación del SÍ o el NO también corresponde a los que vinieron a este mundo en los cincuenta. La generación del SÍ o el NO, a la cual pertenezco sí o sí, es un poco cansina. También la definiría como viejuna, tomando prestados los adjetivos de esos generadores de vocabulario juvenil que han sido los de Muchachada Nui. La generación del SÍ o el NO, a la que también podría denominarse generación del Blanco o Negro, lleva toda la vida impartiendo doctrina y negándole el pan y la sal al adversario. La generación del SÍ o el NO, a la cual pertenezco sin orgullo, tenía respuestas para todo; cada momento de la vida tenía su sí o su no inmediato y sin fisuras. Veamos algunas casillas de nuestro sistema de clasificación: películas de Walt Disney, NO; Joaquín Sorolla, NO; El amor brujo, NO; el folk rural, SÍ; la barba en los hombres, SÍ; el vello en los sobacos femeninos, SÍ rotundo; los dibujos animados checoslovacos, SÍ; los musicales americanos, NO; Martin Luther King, NO; Malcolm X, SÍ; Louis Arsmtrong, NO, en cambio, Miles Davis, SÍ; los perros, NO; los gatos, SÍ, que no son serviles; los cuentos de brujas, NO; los Beatles, NO; los Rolling Stones, SÍ; arte abstracto, SÍ; figurativo, NI DE COÑA; pana, SÍ; pantalón de tergal con raya, NO; Borges, NO, por facha; Cortázar, SÍ. La lista sería infinita. Con el tiempo, dichas respuestas han ido cambiando. Los miembros de la generación del SÍ o el NO pintan canas o pintan calvas, pero hay algo en lo que seguimos encastillados: somos la generación de la intransigencia. Los que se hicieron ideólogos de la derecha, que los hubo, defienden su posición de la misma manera implacable que les caracterizaba cuando eran miembros de la progresía. Son fieles, en el fondo, a los principios de su generación, la del SÍ o el NO. Había una época del año de la que tan rígida generación echaba pestes. Lo han adivinado: la Navidad. Aquellos hechos sorprendentes en los que habíamos creído ciegamente se convertían de pronto en símbolo del reaccionarismo y de la perpetuación de los lazos familiares, y la familia era una cosa, pues mira, como que NO. Cuando tuvimos hijos (hubo otros que se negaron a perpetuar la especie) comenzamos a celebrar las Navidades. Por los niños. A ver. Sin casi darnos cuenta asumimos las tradiciones. Y empezamos a considerar que el hecho de adornar un árbol, poner un belén, sacar los zapatos de los niños a la ventana, y licores y polvorones para sus majestades no contenía ninguna connotación reaccionaria. Comenzamos (hablo de algunos) a estarle sumamente agradecidos a Papá Noel, al que por supuesto antes detestábamos, por permitirnos a los padres separados poder diversificar las fechas de entrega de regalos. Puestos a dejarnos caer en lo más bajo, fuimos a la cabalgata con los niños subidos a los hombros. Nos convertimos en depositarios de las cartas de Reyes, que ahora guardamos como oro en paño porque echamos de menos su inocencia y sus faltas de ortografía. Lo curioso es que cuando alcanzaron los años de la alarmante adolescencia no dieron muestras de abominar de estas fiestas. Estaban deseando, eso sí, que nos tomáramos las uvas y nos fuéramos a la cama para lanzarse a las calles. Si hubieran podido echarnos una pastilla en el champán para que no fuéramos conscientes de su hora de vuelta se hubieran ido mucho más tranquilos. Lo que yo venía a decir tras esta larga introducción es que considerar que estos días son detestables es algo que se nos ha quedado viejuno, como nosotros, más viejuno aún si se escribe en la columna de un periódico, porque esa columna es ya tan cansina como aquella otra que decía que las Navidades son para pasarlas en familia. El antivillancico escrito por Serrat y Sabina es, sin lugar a dudas, una canción para consumo interno de nuestra generación. Solo a nosotros puede parecernos combativo negar el viejo argumento de una canción infantil: el nacimiento de un niño pobre en una cueva miserable. Algo así como cuando Amaiur se niega a votar, no ya a favor sino en contra de Rajoy, por no entrar en el juego de un Parlamento español. ¿Y dónde os creéis que estáis, almas de cántaro, sino en la sede de la que nacen todas las instituciones españolas? De entre las felicitaciones recibidas hay una que incluye una cita de Chesterton que quiero compartir con ustedes:

"Los niños todavía entienden la fiesta de Navidad: algunas veces festejan con exceso en lo que se refiere a comer una tarta o un pavo, pero no hay nunca nada frívolo en su actitud hacia la tarta o el pavo. Y tampoco hay la más mínima frivolidad en su actitud con respecto al árbol de Navidad o a los Reyes Magos. Poseen el sentido serio y hasta solemne de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre. Pero aun en los niños esa sensatez se encuentra de alguna manera en guerra con la sociedad. La vívida magia de esa noche y de ese día está siendo asesinada por la vulgar veleidad de los otros 364 días".

Como verán, aun siendo de la generación del SÍ o el NO, trato de corregirme. Feliz Navidad.

ELVIRA LINDO 24/12/2011

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