viernes, 18 de noviembre de 2011

 Amanecer, el principio del fin del fenómeno Crepúsculo
Polvos que destrozan camas, ecografías telepáticas, cesáreas a mordiscos, momentos House/Urgencias y sobre todo mucho -demasiado- amor. Eso es lo que nos vamos a encontrar en Amanecer, la primera parte en la que se divide la última entrega de Crepúsculo.

   Imitando lo que ya hiciera Warner con Harry Potter, Summit Entertainment -la productora que está tras esta criatura- estira el chicle dividiendo el último libro de la saga de Stephenie Meyer en dos partes. Esta, la que llega ahora a nuestras salas, es por tanto el principio del fin. Y esto, y solo esto, es lo mejor que podemos decir de Amanecer.

   Eso... siempre que hablemos en términos estrictamente cinematográficos. Si dejamos de lado los cánones del buen hacer y nos tomamos Amanecer como lo que es, un producto hecho por y para el consumo de hordas adolescentes subyugadas al fenómeno fan creado alrededor de la saga -y especialmente de sus dos protagonistas masculinos Robert Pattinson y Taylor Lautner-, la película supone una pieza más que jugosa.

   Dejando al margen temas más serios, como la moralina que adoctrina contra del aborto y a favor de la castidad prematrimonial que destila la historia de amor entre Bella y Edward, el momento más esperado de esta nueva entrega es el anunciado enlace entre los protagonistas.

   Y si los fans de Crepúsculo querían boda... pues toma dos tazas. Llenas a rebosar. Así, el resumen más certero de los primeros veinte minutos de Amanecer es que bien pudieran pasar por un anuncio de Pronovias.


PATTINSON, STEWART Y EL SEXO SALVAJE
   Pero como todo sufrimiento tiene su recompensa, con la boda llegó... el sexo. La pequeña isla de Esme, en la costa de Brasil, es el escenario elegido por el vampiro y su amada humana para pasar la Luna de miel. Y nada de quedarse en la ciudad bailando lambada con los lugareños. Bella y Edward no pierden el viaje y van directos al lío. Que ella lleva esperando meses... y él una eternidad.

   Como ya se sabe que el vampiro cuando besa, es que besa de verdad, el primer encuentro sexual se salda con el siguiente resultado: satisfacción y magulladuras para ella. Sentimiento de culpa para él. Y visita al Ikea de Río para el dueño de la habitación. El aterrado casero tendrá que renovar todo el mobiliario que el voluntarioso Edward destroza en su arrebatadora noche de bodas.

   A partir de ese momento, el vampiro -que es todo corazón, aunque no le lata- reniega de todo contacto físico y es entonces cuando Bella despliega sus armas de mujer. Ver a Stewart suplicar, por activa y por pasiva, a su chupasangre que haga honor a su nombre y ejerza el sagrado sacramento es simplemente ridículo. Carcajadas en la sala.

UN EMBARAZO NO DESEADO

   Pero la carne, aunque sea de vampiro, es débil y finalmente Bella consigue su objetivo. Y como Pattinson donde pone el ojo pone la bala... pues hete aquí que tenemos a Bella fecundada. Pero además del revés que un niño no deseado puede suponer para la incipiente familia, Bella y Edward deben decidir si ella sigue adelante con el embarazo, que la abocará a una muerte casi segura, o la liberan de ese ente mestizo que crece y la devora desde sus entrañas. Tragedia a la vista.

   El drama se desata y no tardan en aparecer los defensores de la vida desde su estado más primigeneo. Entre los que están del otro lado tenemos a Jacob, el hombre lobo que se ha quedado con el rabo entre las piernas al ver cómo un vampiro se lleva a la mujer que ama y luego se la devuelve con regalito incluido. Menudo papelón el del neumático Lautner, que además tendrá que lidiar con las ansias de venganza de su canino clan siempre a la gresca con los no-muertos.
 

   En este sobrecogedor escenario, los incondicionales de la franquicia tendrán un buen atracón de pasión, emoción y lágrimas aderezado con algunos chorretones de sangre y sobrecoreografiadas luchas de licántropos contra vampiros.

   Todo ello enmarcado en un producto que, si no estuviera lastrado y maniatado por el artificial y colosal entramado mediático que ha convertido a tres desconocidos (Pattinson, Lautner y Stewart) en estrellas globales, brillaría por su falta de sentido del ridículo y su ausencia de complejos. Hubiera podido con los años llegar a ser una rara avis de esas que veneran quienes se deleitan con las aventuras del Superman turco o con Tu madre se ha comido a mi perro.

   Pero no. Todo es demasiado artificial y está hecho por y para esas huestes ingentes sedientas, no de sangre, sino de una sonrisa de su Pattinson o de un pectoral de su Lautner. Ellos lo saben y les dan lo que quieren sin disimulo. Y los más de 1.800 millones de dólares recaudados en taquilla por las tres entregas anteriores les dan la razón. O no...

Publicado el 18 Nov. (EUROPA PRESS - Israel Arias)

No hay comentarios:

Publicar un comentario