lunes, 5 de septiembre de 2011

Maria Dolores de Cospedal
El mal habita en Castilla
- Por Boris Izaguirre -

Se cumplieron 14 años de la muerte de Diana de Gales y concluimos: las princesas son cosas del pasado. Letizia anhela pasar inadvertida, bajarse de sus propios tacones. Es tiempo de duquesas. La de Cambridge con su elegancia young y la de Alba ni se diga: la España que le pertenece, y la que no, matan por acudir a su enlace.

Con su muerte, Diana se salvó de que la viéramos envejecer desorientada en cuanto a hombres y, seguramente, sin poder entender los recortes de gastos, déficits, primas de riesgo y reformas constitucionales de nuestro querido 2011. Sí, en este año las princesas no están para nada de moda. Hasta Belén Esteban mengua detrás del auge de las nuevas estrellas de Telecinco. Aída Nízar, Kiko y Jessica y la encarnación de la housewife superviviente, Rosa Benito, le han arrebatado cetro, corona y capa en una suerte de coup d'etat mediático tan evidente que no pudimos señalarlo ni contenerlo.

Las Dianas de hoy en día son Hillary Clinton, Angela Merkel y Christine Lagarde, mujeres de auténtico poder, cada una dirigiendo o resistiendo la crisis a su manera. Clinton, por ejemplo, ha luchado con la toalla y los vientos en los Hamptons asolados por el huracán Irene (que es masculino y femenino al mismo tiempo, o sea, un huracanón), demostrando una vez más talento para lidiar Lewinsky y déficits. Sola, no la acompañaron ni marido ni hija. ¿Dónde estaría Chelsea, que se casó y es como si se la hubiera tragado la tierra? Merkel, que está a punto de convertirse en Santa Ángela de la Crisis Mundial, se refugió, lo que pudo, en Italia, que es donde veranean los todavía ricos. Y madame Lagarde no osó a colgar su impecable sastre azul marino ni siquiera para explicarnos por qué se ha adelantado la reforma constitucional en los países riesgo. Desde su espigada figura, Lagarde ha advertido que el problema de los países ricos (cuesta creer que de verdad fuimos uno, mucho más que volveremos a serlo) es que afrontan presiones sobre una deuda que financió inversiones fracasadas. Y, en alianza con Merkel, defiende que la única forma de permitir que el eurobono sea la hostia milagrosa pase porque los países loquitos del continente corran a abrir, y despedazar, el melón de la reforma constitucional.

Conviene detenerse un poco en este melón abierto. Antes, cuando éramos ricos, solo se planteaba una reforma constitucional cuando se dirimía sobre la sucesión monárquica. Quizás no lo recuerde, fue hace taaanto, en 2005, cuando nació Leonor de Borbón, la primera hija de los príncipes de Asturias, y resurgió con fuerza el tema de por qué no primaba la primogenitura sobre el género en la sucesión. Entonces se reiteró este término tan gráfico de "partir ese melón", como si la Constitución fuera realmente comestible. Hoy, que somos pobres, el melón se abrió y se digirió incluso antes que los del 15-M reaccionaran.

Sin Alka Seltzer, en esa digestión surgen líderes femeninos. Cospedal, que se erige en la primera presidenta comunitaria con techo de gasto público y recortes a tutiplén, tantos como sablazos hay en Águila Roja. Cospedal es la número dos de su partido, pero la calle canalla ya la bautiza como "Cospedal Manostijeras", recortando sin rozar su pensión. Es alucinante la coincidencia de que el primerísimo primer plano de La piel que habito sea un panorama de Toledo. El temible doctor Ledgard (Antonio Banderas) tiene en esa ciudad su aterradora morada, El Cigarral. Todo lo que allí habita y sucede es una definición del peor de los crímenes: arrebatarnos nuestra identidad. ¡El mal habita en Castilla! Y todo este ir y venir de huracanes y reformas no es más que un telón de fondo para el auténtico drama: nos están eliminando aquella identidad de nuevos ricos que tan bien nos sentaba.

Así como la antes cuñada de Rocío Jurado ha eclipsado a la Princesa del Pueblo, Cospedal está haciendo lo mismo con Esperanza Aguirre. Muy mediática, ha estrenado recortes y nuevo look que ha conseguido olvidar su foto con mantilla y peineta. El pelo corto siempre fue anatema para la mujer latina, pero en Cospedal es metáfora de tijeras y success. La hace eficiente, seria y joven, muy de su cosecha, la del 65, que incluye entre sus luminarias a Estefanía de Mónaco y Jesús Vázquez. Cospedal además mezcla colores en su vestuario, chaqueta color nube, pantalones color sandía, en estos momentos de melones abiertos.

Dos rubias tienen reformas pendientes. Aisha Gadafi, la que fuera Claudia Schiffer de Libia y cuyo rostro decorara el extremo de un sofá de oro en forma de sirena en una de las casas de su padre, el todavía ilocalizable Gadafi. Se constata que sea cual sea la ideología de los dictadores, el gusto saudí prevalece y les une igual que la reforma constitucional a nuestros políticos. El interiorismo gadafiano, mezcla de Marbella con narcotráfico de los ochenta, se repite en las casas de los reyes árabes y también en las de los empresarios importadores de la Venezuela de Chávez. Petra Ecclestone, que es rubia ceniza, debería pujar sin miramientos por el sofá sirena. Es lo que le pasa siempre a las rubias, naturales o no, también a los huracanes y a las princesas: terminan pareciéndose, cual creaciones del doctor Ledgard. El mal que habita en Castilla.

BORIS IZAGUIRRE - EL PAís.com - 03/09/2011

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