lunes, 8 de noviembre de 2010


Ni quema de conventos ni asesinatos de sacerdotes

Ciertamente, no hubo ayer en Barcelona, por fortuna y como por otra parte era de esperar, ninguna quema de conventos ni ningún asesinato de sacerdotes, monjas, frailes o fieles católicos, como por desgracia sucedió en más de una ocasión en los años 30 del siglo pasado en España, en especial en las primeras semanas de la incivil guerra civil, cuando un agresivo anticlericalismo se enfrentó al también agresivo ultraclericalismo de quienes se alzaron en armas contra el legítimo Gobierno democrático de la Segunda República, bajo la bendición prácticamente unánime de la jerarquía católica española.

Las poco menos de veinticuatro horas de la estancia de Benedicto XVI en la capital catalana, dedicadas fundamentalmente a la consagración como basílica menor del templo gaudiniano de la Sagrada Familia, se saldaron con una fría acogida ciudadana en las calles barcelonesas por las que discurrió el recorrido papal –con la participación de unas decenas de miles, hasta un cuarto de millón de personas, apenas sin incidentes aunque con alguna que otra manifestación de protesta-, y con la esperada calidez por parte de las más de 56.000 personas que asistieron al acto central de la visita pontificia: 6.500 en el interior del templo, 36.000 más en el exterior del mismo y otras 14.000 en la plaza de toros Monumental, todas ellas siguiendo el acontecimiento en grandes pantallas de televisión.

A pesar de la sorprendente y poco comprensible comparación que el propio Benedicto XVI realizó en su viaje hacia España sobre aquel agresivo anticlericalismo de los años 30 del siglo pasado con la situación actual de la sociedad española, esta nueva visita pontificia a nuestro país ha venido a demostrar que, más allá de la existencia de los incontables privilegios y tratos de favor que el Estado español sigue concediendo a la Iglesia católica, sólo desde la añoranza del nacionalcatolicismo más rancio y ultramontano se puede considerar que existe en la sociedad española actual algún problema de índole religiosa.

La breve estancia de Benedicto XVI en Barcelona se desarrolló, como era de esperar, sin problemas ni incidentes, con unas probablemente excesivas medidas de seguridad y con una respuesta ciudadana que quedó por debajo de lo esperado por sus promotores. Se desarrolló también en una atmósfera de mayor sintonía papal con el catolicismo catalán, con el uso indistinto del catalán, el castellano y el latín en toda la ceremonia religiosa, y con una destacada participación de todo tipo de autoridades civiles, estatales, autonómicas y locales, que escucharon una vez más las rancias requisitorias morales de un Papa que, él sí, parece anclado como mínimo en los años 30 del siglo pasado, cuando no mucho más atrás, en aquellos afortunadamente tan lejanos tiempos del medioevo.

-Jordi García-Soler-


Jordi García-Soler es periodista y analista político

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