Quo vadis, Silvio
Hasta que las manifestaciones por la caída de su régimen acorralaran a Hosni Mubarak, el único líder político en peligro era Silvio Berlusconi. Aunque compartan predilección por el pelo teñido y liftings no oficiales, Mubarak está en aprietos, Silvio con más votantes. En Egipto, criticar el aspecto de su líder era tabú. En Berlusconi, la estética no ha sido una ideología. Es su máximo legado.
Históricamente, Roma ha utilizado el talento y la expresión artística de sus colonias o vecinos y les ha dado ese plus de elegancia y estilo que a partir de los ochenta del siglo pasado se denomina made in Italy. En la antigüedad y antes de la II Guerra Mundial, Italia cogía el cuero cartaginés, lo teñía y curaba de una forma distinta, volviéndolo italiano y mundialmente reconocible. Si Armani y Valentino consiguieron unificar ese poderío a favor de la industria de la moda, igual que Agnelli y la Fiat con los coches, Berlusconi lo ha hecho con el gusto de finales del siglo XX hasta nuestros días, periodo que coincide con su poder absoluto.
¿Cómo es ese estilo? Vulgar para unos, atractivo e inclasificable para muchísimos. Sin duda fascinante, porque aun criticado, consigue reforzarse en sus contradictorios valores: machista, nuevo rico, más excesivo que Versace. Funciona a la perfección para esconder los alcances de sus acciones y propulsar a Silvio como ídolo señalado pero jamás penalizado de una era.
Berlusconi ostenta sus teñidos capilares desde los años noventa y el mérito de abrir camino con los injertos recién cambiado el siglo. Su apuesta por la vanguardia cosmética masculina es una extensión de su arrojo como hombre de empresa. Si bien polémico, su aspecto final se ha establecido como la única opción para el maduro moderno y termina por congraciarle con una parte de su electorado, de su misma edad o, ineludiblemente, con los mismos problemas de idealización por la juventud eterna.
Con esa base sólida, Berlusconi apuesta siempre a más. El elenco de mujeres en torno a los escándalos Berlusconi es invariable. Jóvenes, divertidas, con algún estudio profesional que en realidad solo sirve para camuflar las ancianas y nunca vencidas estructuras machistas en las cuales la mujer no vale por sí misma sino por lo que un varón puede hacer por ella. Por encima de sus estudios y ambiciones, su belleza física y la exaltación de la misma resultan sus únicas y mejores armas. En una oscura película de Max Ophüls, Atrapada, Barbara Bel Geddes (la célebre matriarca de la serie Dallas) interpreta a una agraciada señorita de sincera pobreza que enamora a un excéntrico millonario que la encierra en una impresionante mansión impidiéndole cualquier otra ambición personal o profesional.
Las damiselas Berlusconi no quedan tan atrapadas como la ficción, pero acceden a través de su amistad a castillos modernos como la televisión, específicamente su apartado berlusconiano: la llamada telerrealidad. La otra opción, escaños en un Parlamento para exhibir su particular criterio en el maquillaje y el vestir, que mezcla a la perfección sedas de un harén en Constantinopla con maletines de cuero para el Capitolio estadounidense. Es la forma de vestir de la más interesante de las velinas, la ex higienista dental, Nicole Minetti, hoy consejera regional del partido de Berlusconi. Minetti no quita protagonismo a una de sus armas de estilo Berlusconi: el pelo. Lo toca y lo mueve ante las cámaras aprobando leyes. A falta de una corona, el peinado ofrece majestuosidad a las chicas de clase media criadas en la Italia de la exageración.
El triunfo del estilo Berlusconi es demostrar que la corrupción cuando se expone, maravilla. Fascina la capacidad de saltarse todos los controles y esquivar la justicia hasta el final. El que fracasa, el que es finalmente atrapado y juzgado, viene a significar el prototipo actual del perdedor. Berlusconi es el triunfador, sus harenes particulares en sus casas de Cerdeña o Roma, cada día dejan de ser oprobiosos para difundir una complicidad escapista con el hombre común. Las revelaciones sobre este harén, las cenas copiosas de sustancias y sexo, según algunos o de "conversaciones cultas y educadas", de acuerdo con sus defensoras, terminan por suscitar un cosquilleo de querer verlas por dentro. Observar estas nuevas diosas del sexo, labios intervenidos imitando los morros de Monica Bellucci, melenas atiborradas de productos químicos para lucir mas "naturales". Todas paseándose delante de hombres que no han tenido ni la suerte ni el dinero de Berlusconi para frenar el paso del tiempo. En ese cuadro decadente y actual, resalta otro ingrediente del glamour berlusconiano: la importancia del calzado. El sexy actual, al menos en las velinas, no está tanto en el traje sino que se mueve serpentino en el triángulo pelo, busto, pie. Más busto, más poder. Y el zapato de la velina, perturba por su tacón, su sádico diseño. La comodidad queda para los que no están en la fiesta, el electorado que aplaude.
Hollywood, ese gran demiurgo de las ideologías modernas, adivinó todo esto. En Quo vadis, (Mervyn LeRoy, 1951), filme bíblico en lascivo tecnicolor, Deborah Kerr interpreta una esclava en la Roma de Nerón enamorada del cristianismo, equivalente a ser feminista cincuentona, virgen de cirugías estéticas en la Roma de Berlusconi. La esclava gusta mucho al emperador y a su entorno. Logran escabullirla en una de esas fiestas de Nerón, por la que toda Roma mata por ser invitado. Llega al evento y la visten y maquillan otras ya adiestradas. Asustada pero a la última moda del mundo antiguo, la esclava se adentra en los salones del palacio imperial.
Y lo que allí sucede, recuerda lo que Berlusconi debe ofrecer a sus velinas sean o no sobrinas de Mubarak. Un despliegue de comidas copiosas en sabores y colores; bailarines multirraciales de poca ropa. Hombres con mini y maxitogas arremolinándose en torno a las esclavas e invitadas con sandalias de aprovechables diseños. Se muerden piernas de mujeres, se desgarran patas de animales. El final de Kerr en Quo vadis es salir a la arena del Coliseo a ser devorada por unos leones hambrientos. El de las mujeres de estilo Berlusconi lo podemos ver en cualquiera de sus televisiones o hemiciclos: consigan lo que consigan como seres humanos, estarán siempre sometidas a la esclavitud de la belleza y una feminidad servil. Y él, Silvio emperador, vitoreado, hinchado de machismo e impunidad.
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EL PAIS.com - Publicado por BORIS IZAGUIRRE - 06/02/2011
Hasta que las manifestaciones por la caída de su régimen acorralaran a Hosni Mubarak, el único líder político en peligro era Silvio Berlusconi. Aunque compartan predilección por el pelo teñido y liftings no oficiales, Mubarak está en aprietos, Silvio con más votantes. En Egipto, criticar el aspecto de su líder era tabú. En Berlusconi, la estética no ha sido una ideología. Es su máximo legado.
Históricamente, Roma ha utilizado el talento y la expresión artística de sus colonias o vecinos y les ha dado ese plus de elegancia y estilo que a partir de los ochenta del siglo pasado se denomina made in Italy. En la antigüedad y antes de la II Guerra Mundial, Italia cogía el cuero cartaginés, lo teñía y curaba de una forma distinta, volviéndolo italiano y mundialmente reconocible. Si Armani y Valentino consiguieron unificar ese poderío a favor de la industria de la moda, igual que Agnelli y la Fiat con los coches, Berlusconi lo ha hecho con el gusto de finales del siglo XX hasta nuestros días, periodo que coincide con su poder absoluto.
¿Cómo es ese estilo? Vulgar para unos, atractivo e inclasificable para muchísimos. Sin duda fascinante, porque aun criticado, consigue reforzarse en sus contradictorios valores: machista, nuevo rico, más excesivo que Versace. Funciona a la perfección para esconder los alcances de sus acciones y propulsar a Silvio como ídolo señalado pero jamás penalizado de una era.
Berlusconi ostenta sus teñidos capilares desde los años noventa y el mérito de abrir camino con los injertos recién cambiado el siglo. Su apuesta por la vanguardia cosmética masculina es una extensión de su arrojo como hombre de empresa. Si bien polémico, su aspecto final se ha establecido como la única opción para el maduro moderno y termina por congraciarle con una parte de su electorado, de su misma edad o, ineludiblemente, con los mismos problemas de idealización por la juventud eterna.
Con esa base sólida, Berlusconi apuesta siempre a más. El elenco de mujeres en torno a los escándalos Berlusconi es invariable. Jóvenes, divertidas, con algún estudio profesional que en realidad solo sirve para camuflar las ancianas y nunca vencidas estructuras machistas en las cuales la mujer no vale por sí misma sino por lo que un varón puede hacer por ella. Por encima de sus estudios y ambiciones, su belleza física y la exaltación de la misma resultan sus únicas y mejores armas. En una oscura película de Max Ophüls, Atrapada, Barbara Bel Geddes (la célebre matriarca de la serie Dallas) interpreta a una agraciada señorita de sincera pobreza que enamora a un excéntrico millonario que la encierra en una impresionante mansión impidiéndole cualquier otra ambición personal o profesional.
Las damiselas Berlusconi no quedan tan atrapadas como la ficción, pero acceden a través de su amistad a castillos modernos como la televisión, específicamente su apartado berlusconiano: la llamada telerrealidad. La otra opción, escaños en un Parlamento para exhibir su particular criterio en el maquillaje y el vestir, que mezcla a la perfección sedas de un harén en Constantinopla con maletines de cuero para el Capitolio estadounidense. Es la forma de vestir de la más interesante de las velinas, la ex higienista dental, Nicole Minetti, hoy consejera regional del partido de Berlusconi. Minetti no quita protagonismo a una de sus armas de estilo Berlusconi: el pelo. Lo toca y lo mueve ante las cámaras aprobando leyes. A falta de una corona, el peinado ofrece majestuosidad a las chicas de clase media criadas en la Italia de la exageración.
El triunfo del estilo Berlusconi es demostrar que la corrupción cuando se expone, maravilla. Fascina la capacidad de saltarse todos los controles y esquivar la justicia hasta el final. El que fracasa, el que es finalmente atrapado y juzgado, viene a significar el prototipo actual del perdedor. Berlusconi es el triunfador, sus harenes particulares en sus casas de Cerdeña o Roma, cada día dejan de ser oprobiosos para difundir una complicidad escapista con el hombre común. Las revelaciones sobre este harén, las cenas copiosas de sustancias y sexo, según algunos o de "conversaciones cultas y educadas", de acuerdo con sus defensoras, terminan por suscitar un cosquilleo de querer verlas por dentro. Observar estas nuevas diosas del sexo, labios intervenidos imitando los morros de Monica Bellucci, melenas atiborradas de productos químicos para lucir mas "naturales". Todas paseándose delante de hombres que no han tenido ni la suerte ni el dinero de Berlusconi para frenar el paso del tiempo. En ese cuadro decadente y actual, resalta otro ingrediente del glamour berlusconiano: la importancia del calzado. El sexy actual, al menos en las velinas, no está tanto en el traje sino que se mueve serpentino en el triángulo pelo, busto, pie. Más busto, más poder. Y el zapato de la velina, perturba por su tacón, su sádico diseño. La comodidad queda para los que no están en la fiesta, el electorado que aplaude.
Hollywood, ese gran demiurgo de las ideologías modernas, adivinó todo esto. En Quo vadis, (Mervyn LeRoy, 1951), filme bíblico en lascivo tecnicolor, Deborah Kerr interpreta una esclava en la Roma de Nerón enamorada del cristianismo, equivalente a ser feminista cincuentona, virgen de cirugías estéticas en la Roma de Berlusconi. La esclava gusta mucho al emperador y a su entorno. Logran escabullirla en una de esas fiestas de Nerón, por la que toda Roma mata por ser invitado. Llega al evento y la visten y maquillan otras ya adiestradas. Asustada pero a la última moda del mundo antiguo, la esclava se adentra en los salones del palacio imperial.
Y lo que allí sucede, recuerda lo que Berlusconi debe ofrecer a sus velinas sean o no sobrinas de Mubarak. Un despliegue de comidas copiosas en sabores y colores; bailarines multirraciales de poca ropa. Hombres con mini y maxitogas arremolinándose en torno a las esclavas e invitadas con sandalias de aprovechables diseños. Se muerden piernas de mujeres, se desgarran patas de animales. El final de Kerr en Quo vadis es salir a la arena del Coliseo a ser devorada por unos leones hambrientos. El de las mujeres de estilo Berlusconi lo podemos ver en cualquiera de sus televisiones o hemiciclos: consigan lo que consigan como seres humanos, estarán siempre sometidas a la esclavitud de la belleza y una feminidad servil. Y él, Silvio emperador, vitoreado, hinchado de machismo e impunidad.
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EL PAIS.com - Publicado por BORIS IZAGUIRRE - 06/02/2011
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