EL VATICANO ADORABA A ADOLF HITLER
El matrimonio de amor entre la iglesia católica y el nazismo es incuestionable: abundan los ejemplos y no son insignificantes. La complicidad no se estableció con silencios de aprobación. Los hechos le demuestran a cualquiera que investigue el tema en la historia que no fue un matrimonio de conveniencia, impuesto por una necesidad de supervivencia de la iglesia, sino una pasión común y compartida hacia los mismos enemigos irreductibles, los judíos y los comunistas, igualados, la mayor parte del tiempo, en el revoltijo conceptual del judeobolchevismo.
De darse algún día el arrepentimiento, habrá que esperar, sin duda, unos cuatro siglos, el tiempo que se necesitó para que un papa reconociera el error de la Iglesia sobre el caso Galileo…, ya que el dogma de la infalibilidad del Papa, proclamado en el primer Concilio Vaticano en 1869-1870 –Pastor Aeternus-, prohíbe el cuestionamiento de la Iglesia, puesto que el soberano pontífice, cuando se expresa o toma una decisión, no lo hace como hombre capaz de equivocarse, sino como representante de Dios en la Tierra, siempre inspirado por el Espíritu Santo, la famosa gracia de asistencia. ¿Debemos de llegar a la conclusión, por lo tanto, de que el Espíritu Santo era profundamente nazi?
Mientras permanecía en silencio sobre la cuestión nazi durante y después de la guerra, la Iglesia no dejaba de tomar decisiones contra los comunistas. Con respecto al marxismo, el Vaticano dio muestras de un compromiso, de una militancia y de una fuerza que bien nos hubiera gustado verle utilizar para combatir y desacreditar el Reich nazi. Fiel a la tradición de la Iglesia que, por la gracia de Pío IX y de Pío X, condenó los derechos del hombre como contrarios a la enseñanza católica, Pío XII, el famoso Papa, amigo del nacionalsocialismo, excomulgó en masa a los comunistas del mundo entero en 1949. Alegó la colusión de los judíos y el bolchevismo como una de las razones de su decisión.
A modo de información: ningún nacionalsocialista de las bases, ningún nazi de alto mando o miembro del estado mayor del Reich fue excomulgado y ningún grupo fue excluido de la Iglesia por haber enseñado o practicado el racismo, el antisemitismo o por haber hecho funcionar las cámaras de gas. Adolf Hitler no fue excomulgado, y su libro, Mi lucha, nunca formó parte del famoso Índice de libros prohibidos, (Index Librorum Pohibitorum). Recordemos que después de 1924, fecha en la que Hitler publicara su libro, el Índice agregó a su lista negra a autores como Pierre Larousse, culpable del Grand Dictionnaire Universel (!!!!!), a Henri Bergson, André Gide, Simone de Beauvoir y Jean Paul Satre. Pero Adolf Hitler nunca figuró en esa lista.
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Michel Onfray
“Tratado de ateologia”
El Tratado de ateología de Michel Onfray es como el canto del gallo, la alarma del despertador, la luz del sol entrando por la ventana e incidiendo directamente sobre la cara: una llamada de atención para que aquellos que están dormidos abran los ojos a un nuevo día y se alcen para descubrir todo lo que la vida tiene para ofrecerles.
Este libro llegó a mis manos sin ser esperado para nada, me lo leí sin saber qué me iba a deparar y resultó una grata sorpresa. Aunque no soy un experto, lo catalogaría como filosofía con minúsculas. La causa: es un libro que cualquiera podría escribir, salvo por algunas palabrejas especializadas de filosofía, en su mayoría innecesarias para la comprensión de la idea. Y por tanto, es un libro que cualquiera puede leer.
Onfray nos grita, más que nos habla, sobre la situación actual de las religiones y su influencia en las sociedades modernas. De una forma muy llana y clara, destruye el corpus de las religiones monoteístas, acercándonos a una forma laica y atea de ver el mundo, sin necesidad de dioses o estructuras de poder que nos digan cómo debemos actuar. La única pega que se me ocurre es que precisamente está escrito desde un punto de vista de Francia, país con una larga tradición de laicismo de estado, lo cuaĺ tergiversa en cierta manera sus conclusiones para aplicarlas en otros lugares.
Muy recomendable para aquellos que necesiten un manifiesto de ateología. El estilo directo utilizado por el autor les permitirá sentirse identificados en muchas de las afirmaciones, además de hacerse preguntas que quizás no se habían planteado. A evitar para quien no quiera ver tambalearse los pilares de sus creencias.
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