"La Iglesia tiene miedo a afrontar su homosexualidad"
- EL PAÍS entrevista a David Berger, Teólogo católico
- "Vi tantos teólogos conservadores gais que pensé que podíamos coexistir"
- "Muchos viven bien así, otros sufren de soledad y algunos padecen depresión"
Hay una forma para sobrevivir como gay en las jerarquías eclesiásticas y es sencilla: frecuentar de manera anónima los ambientes homosexuales, no llamar la atención, no criticar nunca al Papa o a los obispos, aceptar los chantajes. Hay quienes viven bien así. Otros, sin embargo, terminan sintiéndose solos, y a veces la obligación de silencio lleva a la depresión. Lo cuenta David Berger, teólogo alemán ultraconservador, gay y ex profesor en la Academia Pontificia Santo Tomás de Aquino.
Berger, de 42 años, salió del armario en julio, después de la enésima insinuación de una conexión entre homosexualidad y pedofilia. Le salieron las palabras de las tripas y escribió No puedo callar más, artículo publicado en el diario alemán Frankfurter Rundschau, donde detallaba la brutalidad de la homofobia vivida a diario. Fue suspendido como profesor después de siete años en la Academia Pontificia. También dejó la dirección de la revista Theologisches, la más importante publicación del catolicismo conservador en Alemania. Ahora cuenta su experiencia en el libro La sagrada apariencia (ediciones Ullstein), publicado ayer.
"No pude callar más", explica en una entrevista con EL PAÍS. "No puedo trabajar más para instituciones que están en contra de todas aquellas libertades de las que yo hace años disfruto". Al principio, Berger pensó que su homosexualidad no sería un obstáculo para su carrera como teólogo conservador. "Me fascinaba el mundo masculino de las antiguas liturgias tridentinas. Fueron para mí la droga de iniciación. Luego entre los teólogos conservadores siempre encontré tantos homosexuales que pensé que las dos cosas podían coexistir", explica.
Berger asegura que gran parte de los clérigos que encontró son de su misma opción sexual. La estructura jerárquica estrictamente masculina, dice, lo favorece. "La mayoría de ellos busca acceso a la escena gay, para encontrar ahí sexo rápido y anónimo. Intentan no llamar la atención, por esto buscan no criticar nunca a su obispo o al Papa. Muchos viven bien así; otros sufren de soledad, algunos padecen depresiones", asegura.
La homosexualidad a menudo es utilizada como instrumento de chantaje y presión dentro de las jerarquías, según Berger. Él mismo la padeció cuando decidió firmar una petición en contra de la decisión papal de rehabilitar el obispo antisemita Williamson. "Me dijeron: ¿No sabe usted que esta lista fue firmada por homosexuales? ¿No querrá aparecer en una lista parecida? Interpreto hechos como estos como presiones".
En el libro entrevista al Papa publicado esta semana, Joseph Ratzinger asegura que la homosexualidad se presenta como una prueba que tiene que ser superada en la vida de un hombre. El Papa dice también que, aunque sea congénita, es moralmente inaceptable. Con estas declaraciones, según Berger, "la homofobia ha llegado al máximo". "No hay que dejarse desenfocar por sus declaraciones acerca del preservativo. La Iglesia, con este pontífice, se parece cada vez más a una secta". "Ningún cambio es posible", añade, hasta que la Iglesia no abandone la interpretación "estrictamente biológica de la sexualidad".
Una suma de situaciones llevó a Berger a sentirse cada vez menos a gusto, y a tener la sensación de que estaba jugando un partido en el equipo equivocado. En lugar de luchar por sus derechos y los de su pareja, de quien además no podía hablar públicamente, apoyaba a quienes los discriminaban. "Siempre alejaba estos pensamientos porque el Estado secularizado nos garantizaba espacio para vivir nuestras vidas. Pero cuando determinados círculos empezaron a hacer presión en la política para reducir nuestros derechos empecé a alejarme".
Berger asegura que ahora se siente liberado. Volverá a enseñar filosofía medieval y se comprometerá en proyectos reivindicativos de los derechos de los gais. Tiene claro que cualquier trabajo dentro de la Iglesia es imposible: "El miedo a enfrentarse con su propia homosexualidad es demasiado grande".
- EL PAÍS entrevista a David Berger, Teólogo católico
- "Vi tantos teólogos conservadores gais que pensé que podíamos coexistir"
- "Muchos viven bien así, otros sufren de soledad y algunos padecen depresión"
Hay una forma para sobrevivir como gay en las jerarquías eclesiásticas y es sencilla: frecuentar de manera anónima los ambientes homosexuales, no llamar la atención, no criticar nunca al Papa o a los obispos, aceptar los chantajes. Hay quienes viven bien así. Otros, sin embargo, terminan sintiéndose solos, y a veces la obligación de silencio lleva a la depresión. Lo cuenta David Berger, teólogo alemán ultraconservador, gay y ex profesor en la Academia Pontificia Santo Tomás de Aquino.
Berger, de 42 años, salió del armario en julio, después de la enésima insinuación de una conexión entre homosexualidad y pedofilia. Le salieron las palabras de las tripas y escribió No puedo callar más, artículo publicado en el diario alemán Frankfurter Rundschau, donde detallaba la brutalidad de la homofobia vivida a diario. Fue suspendido como profesor después de siete años en la Academia Pontificia. También dejó la dirección de la revista Theologisches, la más importante publicación del catolicismo conservador en Alemania. Ahora cuenta su experiencia en el libro La sagrada apariencia (ediciones Ullstein), publicado ayer.
"No pude callar más", explica en una entrevista con EL PAÍS. "No puedo trabajar más para instituciones que están en contra de todas aquellas libertades de las que yo hace años disfruto". Al principio, Berger pensó que su homosexualidad no sería un obstáculo para su carrera como teólogo conservador. "Me fascinaba el mundo masculino de las antiguas liturgias tridentinas. Fueron para mí la droga de iniciación. Luego entre los teólogos conservadores siempre encontré tantos homosexuales que pensé que las dos cosas podían coexistir", explica.
Berger asegura que gran parte de los clérigos que encontró son de su misma opción sexual. La estructura jerárquica estrictamente masculina, dice, lo favorece. "La mayoría de ellos busca acceso a la escena gay, para encontrar ahí sexo rápido y anónimo. Intentan no llamar la atención, por esto buscan no criticar nunca a su obispo o al Papa. Muchos viven bien así; otros sufren de soledad, algunos padecen depresiones", asegura.
La homosexualidad a menudo es utilizada como instrumento de chantaje y presión dentro de las jerarquías, según Berger. Él mismo la padeció cuando decidió firmar una petición en contra de la decisión papal de rehabilitar el obispo antisemita Williamson. "Me dijeron: ¿No sabe usted que esta lista fue firmada por homosexuales? ¿No querrá aparecer en una lista parecida? Interpreto hechos como estos como presiones".
En el libro entrevista al Papa publicado esta semana, Joseph Ratzinger asegura que la homosexualidad se presenta como una prueba que tiene que ser superada en la vida de un hombre. El Papa dice también que, aunque sea congénita, es moralmente inaceptable. Con estas declaraciones, según Berger, "la homofobia ha llegado al máximo". "No hay que dejarse desenfocar por sus declaraciones acerca del preservativo. La Iglesia, con este pontífice, se parece cada vez más a una secta". "Ningún cambio es posible", añade, hasta que la Iglesia no abandone la interpretación "estrictamente biológica de la sexualidad".
Una suma de situaciones llevó a Berger a sentirse cada vez menos a gusto, y a tener la sensación de que estaba jugando un partido en el equipo equivocado. En lugar de luchar por sus derechos y los de su pareja, de quien además no podía hablar públicamente, apoyaba a quienes los discriminaban. "Siempre alejaba estos pensamientos porque el Estado secularizado nos garantizaba espacio para vivir nuestras vidas. Pero cuando determinados círculos empezaron a hacer presión en la política para reducir nuestros derechos empecé a alejarme".
Berger asegura que ahora se siente liberado. Volverá a enseñar filosofía medieval y se comprometerá en proyectos reivindicativos de los derechos de los gais. Tiene claro que cualquier trabajo dentro de la Iglesia es imposible: "El miedo a enfrentarse con su propia homosexualidad es demasiado grande".
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