EE UU deja de volar al espacio
El fin de los transbordadores, tras la última misión del 'Atlantis', pone en manos de Rusia el monopolio de las misiones espaciales
Cuarenta y cinco segundos después de su lanzamiento desde Cabo Cañaveral, el Atlantis se perdió en el cielo para emprender la última misión de un transbordador norteamericano. Con él se pone fin a un proyecto de 30 años de desarrollo científico y Estados Unidos se retira por ahora de la carrera espacial. Una competencia que nació en el fragor de la Guerra Fría es temporalmente ganada por Rusia, que se queda con el monopolio de los viajes al espacio y con la superioridad estratégica que esa condición conlleva.
"El transbordador va a ser siempre un reflejo de lo que una gran nación puede hacer cuando se atreve a mirar hacia delante. Hoy no estamos poniendo fin a un viaje, estamos completando un capítulo de un viaje que no acabará nunca", dijo el comandante del último Atlantis, Christopher Ferguson, minutos antes de la ignición.
Esa gran nación estaba este viernes más preocupada por la cifra de desempleo que por este paso atrás en lo que un día se vio como la prueba de su supremacía mundial. La grandeza de los países no se mide ya en su ventaja espacial. Pero la investigación en el espacio sigue siendo una de las grandes metas para el avance de la Humanidad, y este repliegue norteamericano es un síntoma inocultable de su debilidad económica.
EE UU no puede suportar el peso de un programa como el del trasbordador espacial, que ha consumido más de 200.000 millones de dólares desde su nacimiento en 1972. A riesgo de quedar a merced de las naves rusas para sus próximas misiones, la NASA se ha visto obligada a buscar otras formas más baratas de continuar su actividad. El propósito es volver al espacio a partir de 2016 en un nuevo proyecto de financiación privada. Aunque existen algunos contratos con empresas interesadas en esa aventura, varios expertos pronostican que el primer lanzamiento de una nave pagada por sus viajeros puede retrasarse algunos años más de la fecha prevista.
Hasta entonces, los astronautas norteamericanos viajarán a bordo del cohete ruso Soyuz, de tecnología algo más primitiva pero mucho más barato. EE UU ya ha reservado 46 asientos en el Soyuz hasta 2016, por ahora al precio de unos 40 millones de dólares el billete, un regalo si se compara con los 1.500 millones de dólares que ha costado como promedio cada uno de los 135 lanzamientos de transbordadores. La NASA cree que los vuelos reservados no son suficientes para cubrir las necesidades actuales y quiere más espacio en el Soyuz, pero necesita antes el visto bueno del Congreso, que no es muy partidario. Al mismo tiempo, Rusia, cumplidora de la ley de la oferta y la demanda, ha elevado sus precios en un 50% en el último año y ha anunciado nuevas subidas a partir del año que viene.
Siendo grave el problema económico, este no es el principal. El mayor inconveniente de esta retirada temporal del espacio es el riesgo que EE UU corre al dejar en manos de Rusia, todavía un rival que no ha renunciado a su protagonismo internacional, la investigación espacial durante un largo periodo de tiempo. Pese a que el Gobierno ruso ha garantizado que no utilizará su posición con fines políticos, es obvio que disfruta a partir de ahora de un nuevo instrumento de presión sobre Washington.
Aunque el espacio no sea ya el objeto de pasión romántica que fue en los sesenta, cuando John Kennedy prometió la Luna que Neil Amstrong acabó pisando en 1969, la investigación espacial es aún esencial para el futuro del ser humano. En la Estación Espacial Internacional, un gigantesco proyecto de 100.000 millones de dólares, se investiga para atajar las enfermedades del presente y extender la vida más allá de la Tierra. Los astronautas norteamericanos han estado viajando al espacio cuatro o cinco veces al año desde 1981. Los transbordadores han puesto más de 50 satélites en órbita, imprescindibles para las comunicaciones y la seguridad de EE UU.
Este país no puede desatender ese frente sin graves consecuencias. Ni Barack Obama puede pasar a la historia como el presidente que acabó con el sueño espacial. El cierre de los transbordadores fue decidido por George Bush en 2004, pero le ha tocado a Obama despedir la última nave. El Gobierno confía en que el programa de vuelos comerciales que lo sustituya represente una revolución en cuanto a la viabilidad de acceso al espacio. La fantasía de un viaje de vacaciones a las estrellas puede, quizá, ser pronto una realidad. A la larga, creen algunos especialistas, será Rusia quien se quede atrás al no poder competir con una nave que generará beneficios para multiplicar otras investigaciones. Es posible. Pero, de momento, los investigadores temen que la Estación Espacial quede a un mínimo funcionamiento, entre otras razones porque el Soyuz no es capaz de transportar el mismo material que llevaban los transbordadores. Sin la ilusión ni el dinero de otros tiempos, este viernes puede ser el comienzo de un adiós definitivo al espacio.
ANTONIO CAÑO - EL PAÏS:com - Washington 08/07/2011
El fin de los transbordadores, tras la última misión del 'Atlantis', pone en manos de Rusia el monopolio de las misiones espaciales
Cuarenta y cinco segundos después de su lanzamiento desde Cabo Cañaveral, el Atlantis se perdió en el cielo para emprender la última misión de un transbordador norteamericano. Con él se pone fin a un proyecto de 30 años de desarrollo científico y Estados Unidos se retira por ahora de la carrera espacial. Una competencia que nació en el fragor de la Guerra Fría es temporalmente ganada por Rusia, que se queda con el monopolio de los viajes al espacio y con la superioridad estratégica que esa condición conlleva.
"El transbordador va a ser siempre un reflejo de lo que una gran nación puede hacer cuando se atreve a mirar hacia delante. Hoy no estamos poniendo fin a un viaje, estamos completando un capítulo de un viaje que no acabará nunca", dijo el comandante del último Atlantis, Christopher Ferguson, minutos antes de la ignición.
Esa gran nación estaba este viernes más preocupada por la cifra de desempleo que por este paso atrás en lo que un día se vio como la prueba de su supremacía mundial. La grandeza de los países no se mide ya en su ventaja espacial. Pero la investigación en el espacio sigue siendo una de las grandes metas para el avance de la Humanidad, y este repliegue norteamericano es un síntoma inocultable de su debilidad económica.
EE UU no puede suportar el peso de un programa como el del trasbordador espacial, que ha consumido más de 200.000 millones de dólares desde su nacimiento en 1972. A riesgo de quedar a merced de las naves rusas para sus próximas misiones, la NASA se ha visto obligada a buscar otras formas más baratas de continuar su actividad. El propósito es volver al espacio a partir de 2016 en un nuevo proyecto de financiación privada. Aunque existen algunos contratos con empresas interesadas en esa aventura, varios expertos pronostican que el primer lanzamiento de una nave pagada por sus viajeros puede retrasarse algunos años más de la fecha prevista.
Hasta entonces, los astronautas norteamericanos viajarán a bordo del cohete ruso Soyuz, de tecnología algo más primitiva pero mucho más barato. EE UU ya ha reservado 46 asientos en el Soyuz hasta 2016, por ahora al precio de unos 40 millones de dólares el billete, un regalo si se compara con los 1.500 millones de dólares que ha costado como promedio cada uno de los 135 lanzamientos de transbordadores. La NASA cree que los vuelos reservados no son suficientes para cubrir las necesidades actuales y quiere más espacio en el Soyuz, pero necesita antes el visto bueno del Congreso, que no es muy partidario. Al mismo tiempo, Rusia, cumplidora de la ley de la oferta y la demanda, ha elevado sus precios en un 50% en el último año y ha anunciado nuevas subidas a partir del año que viene.
Siendo grave el problema económico, este no es el principal. El mayor inconveniente de esta retirada temporal del espacio es el riesgo que EE UU corre al dejar en manos de Rusia, todavía un rival que no ha renunciado a su protagonismo internacional, la investigación espacial durante un largo periodo de tiempo. Pese a que el Gobierno ruso ha garantizado que no utilizará su posición con fines políticos, es obvio que disfruta a partir de ahora de un nuevo instrumento de presión sobre Washington.
Aunque el espacio no sea ya el objeto de pasión romántica que fue en los sesenta, cuando John Kennedy prometió la Luna que Neil Amstrong acabó pisando en 1969, la investigación espacial es aún esencial para el futuro del ser humano. En la Estación Espacial Internacional, un gigantesco proyecto de 100.000 millones de dólares, se investiga para atajar las enfermedades del presente y extender la vida más allá de la Tierra. Los astronautas norteamericanos han estado viajando al espacio cuatro o cinco veces al año desde 1981. Los transbordadores han puesto más de 50 satélites en órbita, imprescindibles para las comunicaciones y la seguridad de EE UU.
Este país no puede desatender ese frente sin graves consecuencias. Ni Barack Obama puede pasar a la historia como el presidente que acabó con el sueño espacial. El cierre de los transbordadores fue decidido por George Bush en 2004, pero le ha tocado a Obama despedir la última nave. El Gobierno confía en que el programa de vuelos comerciales que lo sustituya represente una revolución en cuanto a la viabilidad de acceso al espacio. La fantasía de un viaje de vacaciones a las estrellas puede, quizá, ser pronto una realidad. A la larga, creen algunos especialistas, será Rusia quien se quede atrás al no poder competir con una nave que generará beneficios para multiplicar otras investigaciones. Es posible. Pero, de momento, los investigadores temen que la Estación Espacial quede a un mínimo funcionamiento, entre otras razones porque el Soyuz no es capaz de transportar el mismo material que llevaban los transbordadores. Sin la ilusión ni el dinero de otros tiempos, este viernes puede ser el comienzo de un adiós definitivo al espacio.
ANTONIO CAÑO - EL PAÏS:com - Washington 08/07/2011
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