domingo, 5 de febrero de 2012

Rodaje de la versión hispana de 'Drácula' en 1931

Los primeros españoles de Hollywood

Mucho antes que Antonio Banderas y Penélope Cruz, un grupo de españoles triunfó en Hollywood, en el cine mudo y las versiones hispanas de grandes películas. Así fue la aventura de Rosita Díaz, Edgar Neville, Antonio Moreno...


The House of Spain era la casa de Charles Chaplin en Beverly Hills. El mote se lo puso el escritor Scott Fitzgerald porque era el punto de encuentro de la comunidad de españoles que a partir de 1930 se instalaron en Hollywood para trabajar en las primeras películas sonoras. Los talkies, como se les llamó, eran calcos de las películas estadounidenses más taquilleras. Muchos utilizaban los mismos sets, vestuarios y hasta los planos generales exteriores de la versión original, y simplemente se filmaban los diálogos en castellano. En la casa de Chaplin, los españoles conocieron íntimamente a su dueño y a las grandes estrellas de la época. Encontraron un lugar en el que relajarse, jugar al tenis o nadar en la piscina. Para ir a la sauna preferían Pickfair, la mansión de Douglas Fairbanks en la que pasaban muchas tardes.

El artífice de esta red de contactos fue Edgar Neville, quien también resultó fundamental para establecer el Spanish Department de la Metro-Goldwyn-Mayer. Además de escritor, el conde de Berlanga de Duero era un diplomático de carrera que siempre rechazaba todos los destinos diplomáticos hasta que en 1928 aceptó un cargo que realmente le interesaba en la Embajada de Washington. En sus primeras vacaciones se fue a Hollywood, su verdadero interés para aceptar el puesto, y se terminó quedando casi cuatro años. Atravesó Estados Unidos de costa a costa en tren y llegó a California con cartas de Grace Vanderbilt y de otros notables de la Costa Este que le abrieron las puertas de Hollywood.

En su primera noche en California, Neville cenó con Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickford en el hotel Ambassador. Count B, como le llamaban en Estados Unidos, los conquistó de inmediato y al día siguiente le invitaron a Pickfair, donde pasaron el día rodando una película de broma con un guion escrito por Neville. "Querido Pepe, te escribo desde casa de Douglas y Mary en donde estamos pasando el weekend. No hay idea de gente más simpática", relata Neville a su amigo el dramaturgo José López Rubio, en una misiva escrita en papel membretado de Pickfair de octubre de1928. "Ya conocemos a casi todo el mundo y soy íntimo de Chaplin, que es tan genio como en sus filmes (...). Mañana iban a venir a almorzar Greta Garbo y Gilbert, pero la primera no puede y nos ha fastidiado. Esto es para quedarse a vivir aquí toda la vida y no sé lo que haré... Debías aprender el inglés bien, aquí hay mucho más porvenir del que se cree, se estrellan los brutos", añadía Neville. López Rubio siguió su consejo y dos años más tarde, gracias a Neville, fue contratado como guionista para las versiones en castellano de la Metro-Goldwyn-Mayer. Ambos dominaban el inglés y por eso solían hacer de intérpretes a los españoles recién llegados.

En los años veinte, los estudios hacían castings y concursos en todo el mundo en busca de estrellas para el cine mudo. De esta forma, desde mediados de la década ya había una comunidad de actores latinos en Hollywood, entre los que había algunos españoles, como José Crespo, María Alba y Antonio Moreno. "En las primeras incursiones sonoras, algunos estudios empleaban actores bilingües, que ya estaban en Hollywood, para rodar en inglés y en castellano. En las películas de El Gordo y El Flaco eran los propios Laurel y Hardy quienes repetían los diálogos en castellano tras aprenderlos mediante fonética", explica Santiago Aguilar, documentalista e investigador de Neville. "En otros casos, como en Drácula, el rodaje era simultáneo: por la mañana grababan Todd Browning y Bela Lugosi, y por la tarde, la versión en español", añade Aguilar.

Para 1930 cada estudio tenía en marcha hasta veinte departamentos nacionales con los que producían versiones en todos los idiomas. La Paramount llegó incluso a abrir un estudio en Joinville-Le Pont, a las afueras de París, para la producción de estas versiones extranjeras. Neville llevaba diez meses de vuelta en España cuando, en 1930, la Metro lo contrató para su Spanish Unit. Y él presionó al estudio para que contratara a sus amigos: José López Rubio, Jardiel Poncela, Eduardo Ugarte y Tono de Lara, que fueron llegando a lo largo de ese año.

Mantener la producción en tantos idiomas suponía un altísimo coste para los estudios, que además derrochaban dinero en estos departamentos. Por si fuera poco, los estudios tenían la política de que los "recién llegados" tenían que pasar una temporada aclimatándose, así que durante los primeros dos meses no trabajaban, pero cobraban 250 dólares por semana. Claude Autant-Lara, uno de los escritores contratados por el French department de la Metro, lo llamó El silencio americano: "Usted, pues, va a sufrir un periodo de vacío absoluto... Cada sábado, tras una semana de inacción, de inactividad total, tendrá como una sensación de parasitismo, como el miedo. No le parecerá imaginable a usted, europeo, que un patrón le envíe a domicilio un confortable cheque por nada", cita Fernando Gabriel Martín en su libro El ermitaño errante, Buñuel en Estados Unidos.

Buñuel viajó a Hollywood en noviembre de 1930 para incorporarse como guionista al French department de la Metro. No hablaba una palabra de inglés, casi no iba por la unidad y a los estudios acudía sobre todo a curiosear. Su tiempo lo empleaba con la colonia del Spanish department, paseando en coche, jugando al minigolf y en casa de Chaplin. En marzo de 1931, a los pocos meses de llegar, volvió a España.

Hollywood era una fiesta. Mientras los españoles hacían películas, en Estados Unidos seguía vigente la prohibición de consumir alcohol. Buñuel, sin embargo, aseguró que "nunca había bebido tanto" como en California durante esos años y que nada más llegar le pusieron en contacto con un bootlegger (contrabandista) de confianza. Neville, por su parte, dijo en una entrevista: "En Hollywood se bebe mucho. Casi tanto como en Nueva York. Y desde luego, infinitamente más que en cualquier otro país. Es facilísimo encontrar a cualquier hora cualquier clase de vino, y no demasiado caro".

"Paso los domingos en casa de Chaplin. Es muy simpático, pero muy poco inteligente", escribe Buñuel a su mecenas, el conde Noailles. "Nunca va con americanos y viene siempre con nosotros (nosotros: dos jóvenes españoles y yo). A Chaplin en sociedad no le gusta más que la broma, el baile de talones, imitación con gestos y otras encantadoras naderías... Tomamos el baño turco y es el único momento donde él se calla y quizá medite", añade Buñuel, con cierto rencor hacia su anfitrión. José María Torrijos, heredero de José López Rubio y autor de La otra generación del 27, apunta: "En esa casa presenciaron un concierto de violín interpretado por el científico Albert Einstein, conocieron al cineasta ruso S. M. Eisenstein, jugaron al tenis y nadaron, se hicieron mutuos regalos, vieron a Chaplin improvisar gags para sus hijos, contemplaron escenas rodadas y luego suprimidas de sus películas".

La adaptación de los españoles a Hollywood fue total. La simbiosis llevó a algunas actrices a adoptar poses de divas yanquis. A Conchita Montenegro, una de las actrices más famosas de la época, "se le metió en la cabeza que ella era otra Garbo y cuando estaba rodando hacía lo mismo que ella, se ponía biombos alrededor y no dejaba entrar a nadie, solamente la podía ver el director y el cameraman", recordó el actor José Crespo en una entrevista del libro Una aventura americana, de Álvaro Armero.

Neville logró abrirse paso en la alta sociedad estadounidense por la fascinación que despertaba un aristócrata europeo con un toque bohemio. Así, otro de sus mejores amigos fue William Randolph Hearst, el magnate de los medios. Su esposa, Marion Davies, quería ser actriz y por eso Hearst invirtió millones de dólares en la Metro. Neville pasó algunos fines de semana en el rancho Hearst, en San Simeón, a 300 kilómetros de distancia. Todos los viernes, al salir del estudio, un tren propiedad de Hearst con coches cama y un vagón restaurante esperaba a los invitados en una vía muerta, en Pasadena. Viajaban toda la noche y al llegar a San Luis Obispo, a las cinco de la madrugada, se quedaba en otra vía muerta, con la consigna general de no hacer ruidos hasta que los invitados despertaran y desayunaran. Una vez en el rancho, "los huéspedes tenían a su disposición un caballo y al vaquero Pancho, viejo californiano que hablaba en español", "podían hacer cuanto quisieran con una sola condición, que era estar puntuales a las horas del almuerzo y de la cena. El champán y el caviar hacían mucho para que se cumpliera la consigna", recordó Neville en una entrevista en 1962.

La era de las versiones en castellano duró poco, hasta que los estudios perfeccionaron las técnicas de doblaje. Cuando esto sucedió, los departamentos nacionales se volvieron obsoletos de la noche a la mañana. En marzo de 1931, la Metro rodó su última versión en castellano, El proceso de Mary Dugan. Después propuso a los españoles comprarles los contratos a la mitad de su precio (el contrato estándar era de 1.000 dólares mensuales). La mayoría accedió y regresó a España poco después; otros se incorporaron a los estudios que siguieron produciendo talkies durante algunos meses más, hasta que al final de1932 se dejaron de hacer por completo y se sustituyeron por el doblaje.

Los estudios perdieron muchísimo dinero con la aventura, pero casi todos los españoles que trabajaron para los Spanish departments ahorraron bastante. La excepción, quizá, fue el dibujante Tono de Lara, célebre por su afición a las corbatas y porque en Hollywood hizo más paellas que películas. Cuando le ofrecieron el contrato, recordó en una entrevista, "traduje in mente los 250 dólares en pesetas, y estas en corbatas, que era mi medida financiera, y me daba un total de 450 corbatas semanales". Nada más llegar se compró un coche y un perro carísimo de 800 dólares (casi un mes de sueldo). A los pocos meses, la Metro le rescindió el contrato y tuvo que volver a España. Lo mismo hicieron el resto, poco a poco.

Años más tarde, Jardiel Poncela recordó sobre esa precoz incursión en el star system: "En Hollywood pasé la mitad del tiempo tumbado sobre la arena mirando las estrellas, y la otra mitad, tumbado sobre las estrellas mirando la arena".

ANDRÉS AGUAYO - EL PAÍS.com - 05/02/2012

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